miércoles, 6 de julio de 2011

Peluporquería

Hace dos años que no voy a cortarme el pelo.
Para las mujeres, ir a la peluquería, es toda una decisión pero por distintas razones.
Están esas a las que les encanta ir, parece que fuera su segundo hogar; las reconocés enseguida porque saludan a todos los peluqueros por su nombre o apodo, piden un cafecito mientras esperan, se leen todas las revistas y charlan con cualquier hija de puta que tenga la mala suerte de sentarse al lado. Estas “personas” tienen un color de pelo distinto todos los meses, algunas todas las semanas y les quedan todos como el orto.
Está el otro tipo de mujeres que no van nunca sólo por no pagar y terminan haciendo un curso on line (con suerte) sobre “Cómo cortarse el pelo en cinco pasos”. Estas minas puede que tengan suerte y les quede bien o puede que les quede como el ojete, pero te dicen contentas: “Me lo corté yo ¿viste que no hace falta pagar cincuenta mangos?”. Bueno forra, mejor que ni te conteste porque te vas a poner a llorar.
Pero están las otras, “las del pelo histérico”. Estas son las que se pasan todo el año llorando y diciendo “me quiero cortar el pelo, esto ya no tiene forma, parecen chuzas de bruja”, pero dudan meses y meses, porque chuzas o no, el pelo está mejor que nunca, largo como siempre lo quisieron, pero con las puntas hechas un desastre. Es probable que estas minas, decida ir a cortarse el pelo algún día, pero después van a protestar porque les gustaba más largo.
La peluquería además, es un desafío a la salud mental… si estás con problemitas de este estilo y querés ocultarlo, ni te gastes, porque el peluquero lo va a dejar en evidencia. Vos le decís “quiero que me cortes un poquito” y le dejás bien en claro “solo las puntas, no me saques el largo” mientras te sentás frente al espejo con la concha fruncida del cagaso que te da solo pensar que no te haya entendido.
El tipo empieza a cortar sin ningún problema, y te habla de su vida y te pregunta por la tuya “para que te relajes”. Te da indicaciones del tipo: “Mirá un poquito para allá”, “ahora para acá”, “levanta la cabeza” y además te las dice como si tuvieras cinco años.
Cada vez que te pega un tijeretazo vos le decís “acordate que lo quiero largo” “¡no me cortes tanto!” “ese pelo que cortaste recién…¡¡¡era muy largo!!!” “¡NENE! ¡DEJA LA TIJERITA, TE ESTÁS ZARPANDO!”
Cuando te das cuenta que todo es culpa de los nervios y, según dice tu psicóloga “el miedo al cambio” le pedís perdón y tratás de relajarte, acción difícil, sobre todo cuanto tu peluquero es pelado y no te animaste nunca a preguntarle porque.
Hasta que te dice “listo… mirate a ver si te gusta”. Acá tenés dos opciones: o te pones a llorar porque el tipo no entendió un sorongo de lo que le habías pedido, o le das un sí dudoso, pero nunca, nunca te habías a ir de una peluquería confiada que lo que te hizo en la cabeza era lo que vos querías. Sólo te convencés de que es una mierda cuando llegás a tu casa y te lo lavas y peinas vos.
Tanto kilombo para terminar mirándote en el espejo del baño y decir “bueno… no importa… crece rápido”.

1 comentario:

una sardina dijo...

Compré un Group On de un corte de pelo en oferta con la intención de meterme presión e ir a la peluquería, considerando el desastre de mi cabello. Pero no. Creo que finalmente va a caducar sin que lo use. Los días postcorte son demasiado estresantes!